El fútbol vive de historias increíbles. Historias de
jugadores que quedarán para el recuerdo por hechos, palabras, jugadas, goles o
asistencias. Esa clase de jugadores, capaces de levantar estadios y serigrafiar
miles de camisetas con su nombre, son generalmente ídolos de un afición a la
que llevan siguiendo casi desde que empezaran su carrera futbolística. Hablamos
de los llamados “jugadores de club”, formados en la entidad y triunfadores de
una sola camiseta. En este aspecto, bien podríamos encuadrar a nombres de la
talla de Raúl González, Pep Guardiola, Rafael Gordillo o en un aspecto más
reciente, Jesús Navas o el veterano Patxi Puñal. Todos ellos crecieron en un
mismo club, alcanzaron la gloria ante una afición que los vio dar sus primeros
pasos con el balón. Es por ello, que un ídolo ya nace con los galones que le
otorga el haber empezado a defender una camiseta con la que lleva años sudando.
Sin embargo, también hay casos excepcionales. Casos en los
que el sujeto no precisa de mucho más tiempo que de un par de partidos para
empezar a camelarse a una afición. Normalmente, este tipo de sujetos llegan
avalados por grandes temporadas o actuaciones en otros clubes, por lo que si
rápidamente superan las expectativas marcadas, el público ya sabe que tiene
ante si a un nuevo jugador al que corear su nombre y aplaudir fervientemente
cuando entra o sale del terreno de juego. Son jugadores que llegan con una
batuta marcada, con una fijación y un peso especial sobre sus espaldas, se
espera mucho de ellos desde el primer balón que tocan, y eso no siempre sale
bien.
Pero en el fútbol hay otro tipo de caso, un tercer suceso
que solo puede otorgar a un sujeto el deporte rey. A este suceso se le conoce
comúnmente como “llegar y besar el santo”. Se da muy pocas veces, en
contadísimas ocasiones, y cuando ocurre, uno no sabe si encumbrar al momento al
jugador o tener una paciencia que el cuerpo apenas aguanta. “Ha sido increíble,
pero hay que verlo más”, una frase típica que suele escucharse al término de
estos casos. Pero luego, te das cuenta de que el jugador lo vuelve a hacer, y
al siguiente partido otra vez, y al siguiente, otra vez. Y es entonces cuando
el cuerpo no aguanta más y saca todo el júbilo que contenía desde la primera
vez que ese jugador hizo lo que hizo. Y ya no se precisa de más, lo pasado poco
importa y lo que tenga que venir que venga, pero en ese momento acaba de nacer
un nuevo ídolo para la afición. Lo que unos llevan ganándose años y años, ese
sujeto lo ha conseguido en apenas mes y medio.
Y si, seguramente todos los que ahora me leen saben que hablo
de Dorlan Pabón, quizás las imágenes de arriba tengan algo que ver, pero por si
acaso, es mejor despejar las dudas. Y es que lo de Dorlan, que el domingo
volverá a la que fue su casa, que digo casa, a lo que fue su templo, fue una de
esas historias de amor de verano que Heliópolis tardará en olvidar. El
colombiano llegó como un fichaje de urgencia para una zona en la que el Betis
empezaba a ser demasiado previsible. Los goles de Rubén y Molina ya no eran tan
frecuente como antes, Campbell empezaba a notar el cansancio de tener que ayudar
al lateral derecho en cada jugada y Juan Carlos estaba lesionado. Sin embargo,
el Betis no podía seguir perdiendo puntos porque tenía la Europa League más a
tiro que nunca, y empezaba a tontear demasiado, preocupándose más de resultados
ajenos que le permitieran seguir en la quema que de los suyos propios. Pero
entonces apareció Pabón, defenestrado en el Parma y con el hecho de que antes
de recalar en Sevilla, ya había firmado un contrato con el Monterrey mexicano,
lo que suscitó la crispación de los aficionados béticos, que veían en el
colombiano un hombre de paso que venía a disfrutar de unas vacaciones
anticipadas en la maravillosa ciudad andaluza. Sin embargo, la sorpresa fue
mayúscula. Tras tres partidos en los que empezaba a dejar buenas sensaciones,
el Benito Villamarín y la visita del Málaga fueron el punto de inflexión que le
sirvió al colombiano para empezar a ganarse el cariño de la afición. El
siguiente partido, en Anoeta, fue la confirmación. Dos goles más acompañado de
un recital ofensivo de tiros, pases, desmarques y rupturas en velocidad que
sirvieron al Betis para empatar en uno de los fuertes más temibles de la liga
la temporada pasada, en lo que fue uno de los partidos del año en España. Pabón
empezaba a despegar y pocos podían cortarle las alas al ex de Atlético
Nacional.
Pero todo esto quedó en pañales ante la gesta del Betis ante
el eterno rival. Cualquier ídolo del beticismo necesita consagrarse antes
frente al otro equipo de la ciudad, de lo contrario, nunca podrá disfrutar
totalmente de esos galones. Alfonso, Jarni, Oliveira o más
recientemente hablando, Beñat, saben de lo que hablo. Una especie de bautismo
por el que todo ídolo bético debe pasar si quiere entrar en lo más profundo del
corazón de los aficionados, y Dorlan lo hizo. El Betis perdía 0-3 en lo que estaba
siendo una humillación en su propia casa, aún quedaba un cuarto de hora para el
descanso del partido y los tres mil aficionados sevillistas que se dieron cita
en el estadio bético pedían a su equipo una "manita" que ya habían conseguido en
el partido de ida, era el pisoteo más doloroso para los verdiblancos. Era su
estadio y estaban arrastrándose ante su gente. Pero entonces, poco antes del
descanso, surgió la figura del colombiano. En una jugada sin aparente peligro,
en la que nadie podría pensar siquiera que de ahí podría nacer algo peligroso.
Pero él la luchó. Medel arriesgó con un balón templado cerca de su área y la
bola tocó en la espalda de Dorlan, lo que vino después se refleja a la
perfección en la imagen de abajo.
Fue la premisa de un resurgimiento que dejó a los béticos
extasiados a la par que se lograba que el eterno rival se fuera del estadio sin
unos puntos que tenían irremediablemente en su mano. Fue ese hecho lo que
terminó de convencer a los béticos para que de ahí en adelante, y hasta el
final de la liga, el nombre de Dorlan Pabón se coreara semana tras semana entre
los aficionados verdiblancos. Había llegado como un refuerzo de urgencia, sin
ninguna garantía de que aquella relación pudiera funcionar, y acabo por ser una
de las historias más bonitas que siguen en la mente de cualquier seguidor
bético. El destino ha hecho que este Domingo, Pabón se vuelva a reencontrar
con los que un día fueron sus seguidores, ahora con otra camiseta y otros
intereses que defender, pero que no quepa ninguna de que volverá a marcharse
del estadio con una ovación más a sus espaldas.