26 de marzo de 2013

La Marsellesa, himno de himnos.



“Una composición poética en loor de los dioses o de los héroes”.

Así es como define la Real Academia Española de la lengua la palabra “himno”. Una palabra, una sola palabra, que encierra dentro de sí una serie de significados y emociones que solo podemos averiguar a través de su canto. El himno es, junto a la bandera, el mayor símbolo de unión entre un colectivo de dimensiones nacionales. Al hablar de himnos, o cantos patrióticos, es inevitable pensar en un conjunto de hombres, agarrados entre sí como una cadena irrompible, y en el que se repite en la mayoría de ocasiones un gesto universal que expresa el mayor grado de compromiso posible hacia una nación: La mano llevada al pecho, al corazón.

Hablar de un himno es hablar de sentimientos, de historia, de héroes, de gloria. Es la forma musical que tiene una nación para decir “aquí estamos nosotros”, para decirlo dispuesto a dar la vida por esa composición melódica que a muchos hace llorar de emoción. Dentro del colectivo encargado de defender ese himno podemos encontrar diversas formas de expresarlo. Los hay que lo cantan con la cabeza recta y el pecho en alto en síntoma de un orgullo inexpresable, los hay que lo cantan mirando al cielo, como si recordaran a través de esa gloriosa música a los que un día dieron la vida por ella, y también los hay que lo entonan mirando al suelo, con los ojos cerrados y soplando como si del propio Eolo se trataran. Es el cúmulo de emociones que hace temblar como niños a los hombres más fieros.

Pero dentro de todos los himnos posibles del mundo, hay uno que llama la atención en especial. La Marsellesa, el himno que representa a la nación francesa, posiblemente, el himno más bonito que se haya escrito jamás. Y hoy la volveremos a escuchar, nos tocará hacerlo desde el bando contrario, animando a quienes deben encargarse de minimizar al máximo la fuerza que otorga su melodía. Y lo haremos ante los ojos de más de 80.000 personas, ante la luz que otorga la Torre Eiffel a la ciudad de París, ante el respeto que impone a sus rivales el Arco de Triunfo, ante la inmensidad de los Campos Elíseos y ante la unión del Sagrado Corazón que hoy se dará cita en Saint Denis en forma de banderas, bufandas y gritos de ánimo.

Simplemente, disfrútenla, pues hay pocos himnos capaces de evocar la victoria de su pueblo de semejante manera. 

22 de marzo de 2013

Bayan Mahmud: Fútbol como medio para soñar.

El fútbol siempre ha sido más que un simple deporte. Las historias que han sucedido en sus entrañas a lo largo de su gran existencia, han ido moldeando el paso de un deporte que con el tiempo se ha convertido en algo más que un modo de vida para muchos. Si hay algo que realmente nos emocione, son esas historias en las que los protagonistas cambian radicalmente su estilo de vida gracias al fútbol. Este les ofrece una oportunidad de vivir, una oportunidad de salir de un entorno en el que la miseria y la muerte predominan a grandes rasgos, y sobre todo, ofrece una oportunidad de soñar a los que nunca antes lo habían hecho. Por eso nos gusta tanto. Una de estas historias fue la que se encontraron por sorpresa los aficionados que acudieron a la Bombonera el pasado Domingo 17 de Marzo para ver el partido entre Boca Juniors y Argentinos. Una historia que en cuestión de días ha dado la vuelta al mundo gracias al gran peso emotivo que esconde bajo sus brazos. Pongámonos en contexto.

Año 2010, Ghana. Había vuelto cinco años después la guerra de tribus que asoló al país en 2005. En ella, entre otras muchas personas, murieron los padres del protagonista de esta historia, Bayan Mahmud. Este chaval que ahora disfruta jugando en los campos de entrenamiento de Boca Juniors fue partícipe directo de esta guerra entre tribus. Bayan explica como tuvo que jugarse la vida para poder escapar de aquella situación a expensas de su hermano Muntala, al que tuvo que abandonar para poder subir al barco que le salvó la vida.


Me subí a un barco cualquiera, tenía que escapar de la guerra. Mis padres habían fallecido en 2005 en la guerra y sabía que era muy peligroso. Después de eso, estuve con mi hermano en una casa de orfanatos. Pero la guerra de tribus apareció otra vez en el 2010. Yo soy de la tribu Kusazi y nos venían a perseguir. Ellos se reconocen por una marca que llevan en el cuerpo. Si me veían, se iban a dar cuenta de que no tenía ninguna marca porque nosotros no nacimos en la capital, y me podían matar o hacer algo. Por eso quería irme. Empezamos a correr, ese lugar es medio jodido. Y no sabía qué pasaba con mi hermano. Fui a otra ciudad para entrar a un barco. Estuve como una semana. Hice amigos en ese barco, me contaron que salía al día siguiente y me ayudaron a meterme. Era muy peligroso. Yo entré ahí pero no sabía adónde iba”.

Así es como Bayan logró salir del país, en un barco al que entró a escondidas gracias a unos tripulantes de los que se hizo amigo, y en el que  tuvo que pasar un largo período de tiempo sin poder salir ya que el temor a que le descubrieran y lo hicieran regresar al país era demasiado fuerte. Así es como Bayan llegó a Argentina, el país al que ahora debe todo su agradecimiento. Cuenta como tras llegar se hizo amigo de unos senegaleses con los que entabló amistad gracias a una conversación sobre el Mundial de Sudáfrica. Estos le ayudaron a ir a Migración, donde se encargaron de él enviándole a una pensión de refugiados en Flores, al oeste de Buenos Aires y cerca del barrio de Vélez Sarfield. Aquí, el fútbol se metió en su camino.

“Cuando me bajé del barco estuve tres días sin hablar. Hasta que me encontré con un par de senegaleses y nos pusimos a charlar del Mundial de Sudáfrica 2010. Ellos son muy buena gente, me llevaron a migración en un taxi. Y de ahí me mandaron a una pensión de refugiados en Flores. Después, me fui a Constitución, donde había muchos africanos. Los sábados siempre pasaba por la plaza en la que jugaban al fútbol hasta que un día me preguntaron si quería entrar. Venían perdiendo, pero pasamos a ganar todos los partidos. No sabía que estaban jugando por plata. Y me dieron $20. ¡Buenísimo, je!”

Fue entonces cuando un intermediario de Boca se fijó en él. Rubén García, el hombre que lo descubrió jugando en aquella plaza, habló con él y le ofreció la oportunidad de probar suerte en el club, donde le bastó con una prueba para hacerse con un hueco en la entidad xeneize. A raíz de esto la vida ha cambiado totalmente para Bayan, ahora puede hacer cosas de un chaval de su edad, va al instituto, destaca en inglés y matemáticas y en sus ratos libres solo piensa en fútbol. Eso si, hay alguien a quien le estará eternamente agradecido y que según él, sin su ayuda no habría podido llegar a donde ha llegado.



“Sin Dios, no podría estar acá. Es el que me da fuerzas para seguir”. Por Dios, dice, también localizó a su hermano Muntala: “Estuve con él hasta que me escapé. Después no supe nada más”. Finalmente con ayuda de Dios, y de Itatí Encinas y una amiga, pudo localizarlo y volver a tener contacto con él.

“Itatí Encinas, secretaria de presidencia, y una amiga de ella me ayudaron mucho. Yo no sabía si él estaba vivo o muerto. Y un día me dijeron que lo habían encontrado. Él también me estaba buscando, entonces puso su número de teléfono en su información. Lo llamaron y empezamos a hablar. Fue una emoción muy grande. Después empezamos a usar el skype, a mandarnos fotos y algunos videos”.

Bayan tiene muy claro que su sueño es triunfar en el club que le dio esta oportunidad. Como todo buen bostero admira a Juan Román Riquelme y Hugo Ibarra y sueña con recorrer algún día la banda diestra de La Bombonera, y espera que su hermano esté junto a él cuando llegue el momento. Al fin y al cabo, lo de Bayan no es algo nuevo en la familia, ya que su padre también fue en su día jugador profesional, por lo que en palabras del propio Bayan, esta oportunidad de seguir el camino que emprendió su padre será un motivo más de orgullo para él. Suerte Bayan.