He
pasado mil y una noches contigo. De cada una extraería un momento único. Todas
ellas se me han pasado volando, como esa sensación efímera cuando eres
plenamente feliz. Tan inconsciente que apenas te das cuenta. El sábado tocaba
volver a verte. No podía con mi cuerpo, pero la ilusión es más fuerte que el
cansancio. No te iba a fallar, porque me necesitabas, y aunque no me
necesitaras, yo sí te necesito a ti.
Te
he visto en la cima y en la lona, te he disfrutado en momentos gloriosos, pero
sobre todo, te he acompañado en momentos difíciles, esos que componen la
mayoría de tu existencia. Siempre me enamoró tu forma de batallar, esa manera
de ganarte a los tuyos cuando no estás para nadie.
Aún
hoy, y tras muchos años a tu lado, me sigue emocionando hablar de ti. Destilas
esa nobleza que me cautivó, y esa habilidad que hace que solo se te acerque
gente que no te merece. Me fallas mil veces y me empeño en amarte una más. No
puedo aplaudirte, por momentos casi ni alentarte, son gestos que el dolor
apenas me permite, pero sí estoy, lo sabes, y a la mínima te empujo. Todos somos conscientes de que saldremos
adelante, que al final nunca pasa nada y que el sol siempre acaba brillando
entre tanta nube.
No
puedo, ni quiero, dejarte de querer. Siempre contigo.