18 de mayo de 2013

Made in Atleti

Acaba de concluir la final de la Copa del Rey. Ninguno de los equipos que la han disputado copa mis sentimientos, sin embargo, hay uno que ha conseguido emocionarme. Da la casualidad de que es el ganador, algo que no me suele ocurrir con frecuencia. Pero cuando eres neutral, y ves que un equipo que es inferior a otro pone el corazón para superarle, te gana. Si además es capaz de vencer, te alegras.


Eso fue el Atlético de Madrid en Chamartín. Corazón, con ciertas dosis de cabeza, pero sobre todo corazón. Supongo que cuando desde la grada te insuflan constantemente un entusiasmo exacerbado el oxígeno te llega un poco más. La pasión estaba servida. Porque un derbi es sinónimo de pasión. Porque Atlético de Madrid es sinónimo de pasión. Y porque este Atlético ya es el de siempre. Ha vuelto un grande gracias a Diego Pablo Simeone. Correrán ríos de tinta en los próximos días sobre la labor del argentino, ¿pero quizás es para menos?. Simeone es la sangre que hace latir a un club que presentaba una arritmia completa cuando el bonaerense arribó en el Manzanares. Lo revolucionó todo tocando aparentemente poco. Su figura no termina de concordar con su forma de proceder como técnico. Parece un tipo duro -y creo que lo es-, pero también tosco, bronco. Sin embargo, huye de titulares. Escapa de las portadas. Se rie de las polémicas. No destila ni un gramo de pedantería.

Lo que más me fascina de Simeone es su infinita hambre de gloria. La clarividencia del camino que quiere recorrer. Y el cómo lo quiere recorrer, por supuesto. Sabe perfectamente lo que es el Atlético de Madrid, lo que significa y lo que mueve dicho sentimiento. Lo que pretende es situar la época contemporánea de la institución a la altura de una historia ilustre. Despertar el orgullo de los que pagan hacia los que cobran. Y vaya si lo está consiguiendo. 


Igual de claro que lo que pretende alcanzar, tenía Simeone que el Real Madrid era superior de cara a esta final. Que llevaban prácticamente tres lustros sin ganar un mísero partido al eterno rival. Que desde el famoso doblete el Atleti no alzaba este trofeo. Curiosamente desde que el técnico era jugador. ¿Casualidad? es probable. Por eso, el trabajo psicológico del 'staff' técnico a buen seguro fue arduo y tenaz. El primer objetivo del Atlético de Madrid ayer no era ganar, era competir. Ser un rival serio. Un enemigo complicado. No bajar los brazos si las adversidades llegaban, que a buen seguro llegarían. Como llegaron antes del cuarto de hora de partido. Godín se despistaba, Cristiano ejecutaba y el Real Madrid se adelantaba. A la primeras de cambio. Una película vista demasiadas veces en los últimos 14 años. Había que dar un giro al guión. La pelota debía tener poco protagonismo si el Atleti quería seguir vivo. Simeone lo sabía. Orden, presión y trabajo. El fútbol era cosa de un turco que nos dejó las gotas más talentosas de la final. El Atleti ahogaba a los blancos sin volverse loco. Entonces apareció el factor diferencial de los 'colchoneros'. Falcao le hizo un nudo a Albiol y le puso una maravillosa pelota en profundidad a Diego Costa. Éste corrió, le pegó con más ganas que calidad, y el cuero entró llorando para alborozo rojiblanco. 

El Atleti se había levantado. Había devuelto el puñetazo y empezaba a dejar claro que poder, podía. Y siguió encaminando el choque hacia unos derroteros que le beneficiaban. Presión asfixiante, escasa aparición de los 'cracks' merengues, intensidad brutal, agresividad constante en cada balón dividido, barullo y pocos espacios. Y de vez en cuando, soltaba un latigazo demostrando que estaba muy vivo. De fondo, la atronadora hinchada atlética avisaba a Neptuno de que no se durmiese, por si acaso. Mientras tanto, el Madrid se estrellaba hasta tres veces con la madera, lo que significaba que era un día especial. La suerte que le había abandonado durante 14 años en los enfrentamientos capitalinos le visitó ayer de forma repentina.

Minuto 98. Cuentan que un aficionado mordía en ese instante una bufanda del Atlético de Madrid. Parpadeó y se pasearon por su cerebro una sucesión de diapositivas que acontecían 24 partidos sin superar a los de blanco, dos años en segunda sin tan siquiera visitarles, la maldición de Torres ante Casillas, los goles en los primeros compases que hacían descomponerse a cuerpos rojiblancos, las goleadas sonrojantes encajadas en su propia casa, la continua burla del vecino y la rabia tragada de forma incesante durante tanto tiempo. Abrió los ojos y vislumbró a un brasileño perpetrando el Bernabéu. Era Miranda. Aunque eso importaba poco. Era uno de los suyos. Saltó, grito, se desmelenó. Y apretó los dientes. Ya no se podía escapar. Pero eran el Atleti y quedaba aún demasiado por sufrir. 

Apareció un héroe inesperado  nacido en 1992, cuando el Atleti aún miraba sin complejos al Madrid. Cuando Schuster y Futre marcaron la senda a seguir a Diego Costa y Miranda. Entonces, vino al mundo Thibaut Courtois. Él era el elegido para culminar la venganza de una noche épica, salvando a una afición que había sufrido demasiado como para llevarse otro chasco. Ayer el palo lo dieron ellos. Siempre caminaron con la bufanda al cuello, pero ahora lo hacen con la cabeza más alta. Siempre podrán decir que el Madrid gana más derbis, pero ellos más finales, y que hacen de la castellana su lugar fetiche cuando de conseguir algo realmente capital se trata. A hombros de Diego Pablo Simeone, el Atlético y los suyos han recobrado la dignidad, han recuperado la identidad perdida, y empiezan a no parar de encontrar motivos para sonreír de forma casi permanente. Aunque el 'Cholo' seguirá apretando los puños reclamando la intensidad que requiere la defensa de un sentimiento inmenso. ¡Felicidades!.

13 de mayo de 2013

Un guión de ensueño


"He visto películas con peores guiones que éste". Así sentenciaba Roberto Martínez poco después de haberse coronado campeón de la F.A. Cup con el Wigan Athletic. Es una de esas frases que sientan cátedra. Acierta de pleno Roberto, buen conocedor de una película de la que ha sido actor, primero, y director ahora. Es un 'filme' enrevesado, ya que en el cine con frecuencia gana el bueno, el humilde o el más desamparado. Pero en la vida, y en el fútbol, las cosas funcionan de maneras bien distintas.

Lo sabe bien el que ahora es uno de los técnicos de moda en Inglaterra. Allí se plantó en 1995. Roberto Martínez era un absoluto desconocido en el Wigan, al igual que Wigan lo era para él. Su fútbol le hizo meterse rápido a la afición 'latics' en el bolsillo. Y ojo. Se convirtió en el primer español en anotar un gol en la F.A. Cup. El principio de una bonita amistad. Roberto continuó varias temporadas en Wigan, con el que consiguió el ascenso a la tercera división. Se marchó, y dejó en la retina de los aficionados ese aroma que cuando te hace volver a verle en vídeo o tan solo en un cromo, te saca una sonrisa. Un bonito recuerdo. Quizás lo mejor que puede dejar un futbolista grabado en un hincha. Punto y aparte. La historia aún tenía reservada varios capítulos, desafiando el dicho que pone en tela de juicio las segundas partes.

Y allí volvió en 2009. Se presentó como un absoluto conocedor del club. Pero también con algo más. Había colgado las botas un par de años antes. En ese transcurso de tiempo, Roberto se labró una breve pero loable trayectoria al frente del Swansea. Trabajo, trabajo y más trabajo. Saber explotar unos recursos que andan lejos de la mayoría de rivales con los que le toca competir. Son algunos de los ingredientes de su receta mágica. 

A esto hay que añadir un plus. A Roberto le importa mucho la forma con la que se consigue el fin. Apuesta por un juego estético. Resulta agradable para la vista el observar un partido de su equipo. Está hecho a su imagen y semejanza, y eso es algo de lo más meritorio que puede conseguir un técnico. Esto le ha convertido en uno de los referentes de los que aún creen en el fútbol con ciertas dosis de romanticismo. Esos que se niegan en dar por ganador al que tiene la cartera más repleta. Roberto nos ofrece un producto que aúna la mezcla perfecta entre pragmatismo y seducción. Algo que merece realmente la pena.


Por delante tiene los que probablemente sean sus dos últimos partidos en Wigan. Debe ganarlos. De lo contrario la película acabará con un final agridulce. Hay numerosas posibilidades de que así sea. Necesitan otra proeza. Pero de momento, Roberto Martínez  y los suyos han conseguido hacer del Wigan algo de lo que muchos hablan, y eso es bastante más difícil de lo que parece. Y sobre todo, han conseguido que esta película sea enormemente apetecible.

1 de mayo de 2013

LONDON CALLING! WEMBLEY CALLING!



Y Dortmund respiró. Bien podría significar el final de una historia, una historia con final feliz, pero no, solo significa el principio de algo que podría ser muy gordo. Algo que llevan esperando en Renania del Norte nada más y nada menos que 16 años, volver a una final de la Copa de Europa. Y lo hizo ante el rival más laureado del mundo, en uno de los estadios más gloriosos del fútbol mundial. Como si este escenario, que se había vestido de gala para la ocasión con un mosaico precioso y un ambiente idílico y lleno de fe, no supusiera la más mínima presión para un grupo de jugadores que ayer se volvieron a consagrar ante los ojos de millones de espectadores.

Pero ojo, tampoco queremos menospreciar el partido del Madrid. No es menos cierto que un gol separó al conjunto blanco de esa ansiada final que parece escabullirse año tras año de sus manos. No es menos cierto que ese gol se pudo dar en infinidad de ocasiones, que solo la diosa fortuna, con un poquito de ayuda de Weidenfeller, impidió que el conjunto blanco se pusiera 3-0 arriba a los 20 minutos de juego. Pero ayer más que el espíritu de Juanito -que tras una larga noche volverá a descansar en paz otro año más- el que apareció fue el de Higuaín. Y hablamos del espíritu del argentino porque ayer pareció eso, un alma errante que se paseaba sin pena ni gloria por los alrededores de la meta de Weidenfeller, intentando meter miedo vestido con su sábana blanca pero sin conseguir ni la más mínima muesca de desesperación en sus víctimas, más bien al contrario, la víctima anoche pareció él. Y más, cuando a Mourinho le dio por dar entrada a Benzema, que bien podría haber acabado ayer con la carrera del “Pipa” en Madrid…


Y gran culpa de ello la tuvieron los dos centrales del Borussia: Matt Hummels y Neven Subotic. Extraordinarios, impecables, superlativos, enormes, bastiones… Adjetivos que se quedan cortos para resumir la eliminatoria que han cuajado los centrales alemanes. Y es que ayer, salvo en los minutos finales donde el equipo pareció disolverse por minutos, ambos, aunque de jerarquizar nos quedaríamos más con Hummels, estuvieron perfectos en todas y cada una de las acciones defensivas del conjunto teutón. Sin duda alguna, ellos fueron más del 50% del Dortmund anoche, para suerte del bueno de Jürgen. El resto, se lo repartieron entre los de siempre, todos a partes iguales, ya que Lewandowski parecía saciado con los cuatro goles de la ida. Reus comandó cuando faltaba Götze, Gundogan se multiplicaba por toda la zona de la medular, Bender frenaba una y otra vez las acometidas de la poderosa parcela ofensiva blanca, y Piszczek y Schmelzer tuvieron una labor más que notable ante rivales de la envergadura de Cristiano, Di María y Ozil, el único alemán que ayer no pudo celebrar nada.


Pero lo que pasó, pasó. Y ahora solo toca mirar hacia delante. La final de Wembley ya se disfruta en Dortmund, Westfalia vivirá a partir de hoy y hasta el mismísimo día de la final un período de tiempo de euforía y disfrute, de emoción, de sentimientos, de impaciencia, de ensueño. El Borussia Dortmund ya espera rival, y a no ser que esta noche ocurra un milagro en Barcelona, ese no será otro que el Bayern de Munich de Jupp Heynckes. El mismo que la temporada que viene disfrutará en sus filas de dos de los jugadores que han hecho posible que el Dortmund esté hoy donde está. Mucha suerte borussers. LONDON CALLING! WEMBLEY CALLING!.