Bradford
– Swansea, una final inédita. ¿Cuántas veces habremos escuchado
eso de final inédita? probablemente muchas. Pero aún así, esta
final cuenta con elementos diferenciales suficientes para ser
considerada más que genuina. Quizás sea la situación que
atraviesan o han vivido los protagonistas, quizás la ausencia de un
denominado grande repleto de estrellas, o quizás que uno de los
contendientes esté a 90 minutos de completar una de las mayores hazañas
que se recuerdan en el fútbol mundial, pero lo que es indudable, es el
halo de romanticismo futbolístico que envuelve a esta final, y que la
hacen ser infinitamente atrayente.
No
hay equipo de campanillas, no hay equipo con obligación de llevar
algún título por temporada a sus vitrinas, pero si hay favorito, y
a priori, muy claro. El Swansea, residente en el sur del País de
Gales, se ha aclimatado a las mil maravillas a la zona noble de la
Premier League. Pero el camino recorrido no ha sido nada fácil. Su
historia es la de un humilde que se ha tenido que batir el cobre en
los estadios más inhóspitos del fútbol inglés. Apenas un par de
temporadas en la máxima categoría, en la década de los 80 y con
John Benjamin Toshack en el banquillo, alumbraban la aventura del
Swansea. Hasta que llegó el curso 2010-2011. Entonces, Brendan
Rodgers situó al equipo en la élite, consiguiendo un ascenso
impregnado por un marcado cariz español, el que había sido capaz de
implantar Roberto Martínez. El hoy entrenador del Wigan, comenzó su
andadura como entrenador en el Swansea, del que había sido jugador
hasta pocos meses antes, en Febrero de 2007. En ese corto espacio de tiempo hasta final de temporada no fue capaz de meter al equipo en la
promoción por el ascenso. La siguiente campaña, pudiendo
planificarla desde el principio, hizo al Swansea campeón de League
One -la equivalente a la segunda B en España-. Era un equipo
totalmente reconocible. Que abogaba por un juego asociativo y
ofensivo. El estilo tuvo continuidad en el portugués Paulo
Sosa primero, en Rodgers después, y por Laudrup en la actualidad.
Ahora, el Swansea es un equipo agradable de ver para cualquier
espectador, con varios jugadores que poseen muy buen cartel en el mercado, y un club con un porvenir, en teoría, más que halagüeño en el imprevisible
mundo del fútbol.
Una
oportunidad de oro. La posibilidad de alzarse con esta Capital One
Cup es una ocasión que probablemente no se repita más, y si lo hace,
seguramente tarde demasiado. Desde esa perspectiva ve la final el que
ya es el gran vencedor de esta copa. El Bradford es el paradigma
perfecto del sufridor que jamás se da por vencido. La vida no es
sencilla para nadie, pero mucho menos para este modesto del norte de
Inglaterra, que ha tenido que sobrevivir a perder en los campos de
batalla de la I Guerra Mundial al jugador que les dio el que hasta la fecha es el único
gran título del que presumen sus vitrinas, a un incendio que asoló
su estadio y se llevó la vida de 56 personas, o a varias crisis
económicas de gran magnitud que han estado a punto de acabar con el
club. Siempre se ha levantado. Estuvo 77 años militando en las
divisiones inferiores del fútbol inglés, para volver a la Premier
en 1999. Esa misma temporada, volvió a descender al pozo de la
Championship. Ahora, 14 años después de competir cada semana con
los mejores, ha vuelto por la puerta grande, tirando de épica, pero
también de argumentos futbolísticos para poner patas arriba a todo
el fútbol inglés. Por supuesto, el lado emotivo que destila este
humilde sin complejos también estará presente en la final. Cuando
se consumó el pase a la final del Bradford en Villa Park, una de las
imágenes de la noche fue la de ver al capitán del equipo, Gary
Jones, dirigirse hacia la grada donde se encontraban sus extasiados
hinchas, para darle un beso a un pequeño aficionado de tan solo 9
años que padece una grave enfermedad. Ese niño se llama Jake Turton, y mañana recorrerá el camino que va desde los vestuarios hasta el
césped junto a los jugadores del Bradford.
El
tiempo nos dirá si esta final es una ocasión única o un peldaño
más en el crecimiento del Swansea. El fútbol, será quien dicte si
el Bradford entrará o no en los anales de la historia para escribir
su nombre con letras de oro. El escenario, un Wembley que lucirá sus
mejores galas, no puede ser más emblemático. Uno de ellos levantará la copa, el otro, seguramente lo observe desde el césped, con sus mejillas repleta de lágrimas y con la desdicha del que ha tenido
la gloria al alcance de su mano y no ha podido agarrarla. Pero una
cosa está clara, esta final no tendrá perdedor. Es otra de las
particularidades de esta final inédita.
Me gusta mucho el mensaje final, aunque parezca bonito, siempre acaba habiendo perdedor, ejemplo de ellos es la imagen de un Pablo Infante frustrado cuando el Mirandés fue eliminado en semis de Copa ante el Athletic.
ResponderEliminarEl Swansea es un placer para la vista, entrenadores como Laudrup son una bendición, pero lo mejor es que, como dices, su estilo ya era así en 2ª B. La historia del Bradford es increíble, la desconocía.
Finales así se ven cuando se premia la igualdad, ahora viene el dilema. ¿Qué es mejor? Yo soy de los que prefieren ver a los mejores en una final, pero historias como las de esta Copa de la Liga merecen la pena.
Enhorabuena por el post.
Saludos!
Aitor
@El bocata de los domingos:
ResponderEliminarEs indiscutible que ver una final con infinidad de astros sobre el césped es siempre una bendición para los sentidos. Sin embargo, este tipo de finales son única, equipos que han tenido que luchar contra viento y marea para imponerse una y otra vez a las adversidades.
A nosotros, que nos van especialmente las historias de este tipo, nos encantaría que hubiera más finales así todos los años. De momento, solo nos queda disfrutar de esta.
Un saludo y gracias por pasarte por aquí.